Durante
la enseñanza obligatoria las personas de hasta dieciséis años tienen que estar
dentro de un centro y convivir con otras personas a las que se les ha asignado
el mismo grupo. Así, durante años. En una clase de adolescentes efervescentes,
no podemos dejar de lado el tema de la convivencia y los problemas que se deriven.
No
somos solo profesores, somos también educadores. Y si esas personas tienen que
estar allí, somos los responsables de que lo hagan de la mejor manera posible y
con la mejor repercusión en su futuro a todos los niveles.
Lo
que ahora expongo es mi punto de vista basándome en mi experiencia y las
carencias que he visto en el sistema dentro de lo que me ha rodeado.
Primero,
no se puede no observar las dinámicas del grupo. Hay muchos indicativos cuando
alguien no está cómodo o cuando alguien intimida y hay que estar alerta para
entrar a poner una solución lo antes posible.
Segundo,
cuando vemos a alguien con dificultades, no dejarlo atrás, si no poner de
nuestra parte para involucrarlo. Es fácil y cómodo no hacerlo, pero alguien implicado quiere sacar
el máximo partido de todos y todas.
Tercero,
apoyar a un compañero docente cuando haga falta. No me refiero a defenderlo
ciegamente si no tienen la razón u obra de manera injusta, si no que, e ocasiones,
puede tener problemas con un grupo y no tener las herramientas para
solventarlo. Una mirada externa siempre puede ser útil y dar las herramientas
necesarias.
Y
cuarto, prevenir. He hablado y hablaré más, de generar un sentimiento de
comunidad en el centro. Que haya empatía, solidaridad y objetivos comunes
previene muchos de los problemas que surgen de convivencias problemáticas.
¿Qué
os parece?
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