Pablo: un retrato cubista

 

                                                                                El fumador - Juan Gris (1913)

Presentarse. Casi nada. Definirse. Dibujar una silueta en la que te reconozcan. Y nunca he sido un Velázquez, me acerco más a Picasso, aunque solo sea en el nombre. Así que no sé si llegaré a algo claro con este dibujo. Decir quién soy es casi algo metafísico, me genera más dudas si cabe. Y qué estrés, amiga.

En este momento, soy un chico que acaba de abrir un blog y se pregunta si lo define el tipo de helado que le gusta, su peinado, su procedencia, sus estudios o su última publicación en redes. Y es que tengo varios helados favoritos.

Dejaré las pinceladas. Me definiré por lugares en los que soy feliz. El primero, sin duda, el teatro. Allí me despojo de mi silueta y me permito romperla, recomponerla y transformarla. Me gusta pensar que allí las siluetas de quienes observan y de los que hacemos, aunque poco, salen cambiadas. Me dedico a ello y, por eso, dar clase es algo que siempre me ha gustado también. No hay tanta diferencia y menos para alguien de lengua y literatura.

El segundo lugar no es consecutivo al primero, si no su opuesto. Es el silencio. En él es donde se puede ser espectador y escuchar. Un buen silencio nunca está vacío, al menos en teatro. Por ello, es un placer sentarme a leer y la pausa para el café. Desgraciadamente, el tiempo está caro.

Qué más puedo decir, este es el boceto de mi retrato. Estoy convencido de que cada uno y cada una me terminaréis de pintar de manera distinta.