Y
así llegamos al final, con un propósito de inicio: el que me gustaría que fuera
mi legado como profesor.
Desde
mis dos ramas, dar clase y la creación teatral, siempre he querido tener un
impacto positivo en el mundo por pequeño que fuese. Entretener está muy bien,
pero debería haber algo más, una semilla que dejar en las personas para que
puedan crecer y abrirse nuevos caminos.
En
la sociedad del dinero, donde una influencer
que pinte cuadros mediocres gana más y tiene mejor consideración que Van Gogh en
toda su vida, es importante enseñar que no valemos lo que ganamos. Y para esto,
tenemos que dar herramientas para disfrutar de la profundidad de las cosas. Sí,
qué profundo, valga la redundancia, pero cuando veo poetas cuyos poemas solo
sirven para adornar tazas y son los más vendidos y premiados, me pregunto si la
culpa no es nuestra por no enseñar a disfrutar un buen libro. Un pensamiento
que requiera poso y altitud de miras y no uno de consumo rápido y hecho de
plástico. Pero, ¿qué importancia puede tener esto? Ninguna y toda.
La
simple importancia de querer y saber pensar. Ese verbo tan bonito, tan manido y
tan poco ejercitado. La poesía está en el fondo del mar, junto a la biblioteca
de Alejandría, y allí solo se llega buceando. Nadie va a bucear contigo, se
hace en la más estricta soledad, pero enseñemos a bucear. Ser bañista un día de
verano es estupendo, pero si toda la sociedad es un conjunto de bañistas
despreocupados de los misterios de las profundidades, el futuro no pinta bien.
Quiero poder dar ese interés por reflexionar, por no dejar que nos arrastren
mareas sin saber dónde nos llevan y sin atrevernos a nadar a la contra.
Las
artes y las humanidades son eso y yo quiero que los educandos que pasen por mi
clase sepan bucear y no se les pase la vida siendo bañistas sin más.
Un placer, futuros docentes.
Una entrada redonda y preciosa para acabar la asignatura!
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