La dulzura de la miel

 

En la pasada sesión debatíamos por grupos diferentes temas alrededor de la educación. En mi caso, fue el empleo y gracias al diálogo se abrieron nuevas y retadoras cuestiones. ¿Debe ser la educación un instrumento al servicio de la empleabilidad? ¿Qué pasa con aquel conocimiento que no genera dinero, o, al menos, no en la misma proporción que otras materias? ¿Es inútil estudiar literatura, historia o filosofía?

Decía Joseph Campbell que los edificios son símbolo de las sociedades y el poder que predomina en ellas. Si volvemos la vista a la Edad Media europea, vemos que los edificios religiosos son los de mayor importancia, sus torres destacan sobre todo el paisaje. A partir de la Ilustración, son los edificios civiles los que toman mayor magnitud e importancia. En la actualidad, son los rascacielos llenos de oficinas, como enormes colmenas, los que dominan las ciudades. Por lo tanto, el sistema social en el que nos vemos inmersos es económico, se enfoca en la producción y la productividad.

Entonces, ¿cuál es el problema del sistema educativo dentro del sistema social? En varias ocasiones he escuchado que los contenidos que se enseñan arrastran una tradición que era válida en el siglo XIX, pero no hoy. Dicho con otras palabras, contenidos obsoletos.

No creo que en gran medida estén obsoletos, sino que no preparan para la productividad esperada. Y es en este punto donde más atacadas se ven las artes y las humanidades. En muchas ocasiones me han hecho la pregunta. Esa incómoda pregunta. “Eso que estudias, ¿para qué sirve?”

Lo inmaterial y aquello no ligado a la producción económica, tiene una consideración social cada vez más baja. Si no produce, no sirve. Esto no supone pensar que no hay que lograr un sistema educativo enfocado a la empleabilidad, solamente implica no asfixiar materias que nos enriquecen como cultura y que inciden en la ciudadanía de un modo más potente del que se piensa.

El colegio no debe crear máquinas, si no seres humanos que, más allá de su trabajo, se relacionen de un modo crítico con el mundo que les rodea. Tal vez, el sistema educativo sea el recurso más poderoso, sin ánimo de caer en idealizaciones, para cambiar el sistema social. La retórica es un arma usada continuamente en política y publicidad, ¿cómo no va a ser significativo tener ciudadanos formados en ello? Y así, podría citar una lista de disciplinas que no producen, pero influyen en el devenir del mundo.

Todo va conectado y cada cosa tiene su sitio, hay que saber el enfoque para sacar el mayor partido. Puede que algún día esos rascacielos sean algo menos colmenas y que aparte de producir miel, también sepamos apreciar su dulzura.



Comentarios

  1. Me ha encantado esta entrada. Un título sugerente y un desarrollo impecable.
    Enhorabuena!
    Ningún conocimiento útil está exento de ser debidamente transmitido, y aquí, me temo que como humanos seres es obligatorio poner el acento en la necesidad de manejar el lenguaje y la filosofía para ese conocimiento técnico, llegue cómo y dónde debe.
    Realmente has hecho un texto para la reflexión.

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  2. ¡Muy buenas Pablo! La verdad que me acuerdo perfectamente del día en el que estuvimos haciendo esta práctica y me parece impresionante la capacidad que has tenido de escribir una entrada en la que se desarrolle un punto de vista que ninguno de nosotros había tratado hasta entonces. Al final los colegios no dejan de ser espacios concebidos en la revolución industrial para que los niños estuvieran en un lugar bajo techo y que les sirviera para formar mano de obra más barata y más joven. Durante años se ha mantenido este modelo de "fábricas" donde todos los alumnos son idénticos a los demás, sin que hubiera individuales y denostando a aquel que se salía de la norma establecida. Sin embargo, pienso que ese modelo está cambiando y que nosotros somos los participes de ese cambio. Estoy seguro de que gracias a tu visión, esta cambiara más pronto que tarde. Tu blog es fascinante y espero perderme mucho más tiempo por él

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